Sin duda, el último mes ha sido uno de los más extraños de mi vida. Extraño e incomparable. Porque no es solamente la primera vez que me mudo a otro país e intento adaptarme a una cultura e idiomas diferentes al mío. Es sobre todo el contexto en el que ha sucedido todo, el hecho de que el Coronavirus ha venido, se ha quedado, y está echando raíces entre nosotros. Eso hace que nada sea fácil.
La vida de mi familia llevaba mucho tiempo en suspensión. Desde que habíamos decidido trasladarnos a Estados Unidos y Salva firmase con la empresa americana, todo había ido muy lento. Primero, esperando la documentación de la visa y de la empresa, que había llevado un año por las condiciones previas (nuestra visa es una L), y otros cinco meses de retraso por el papeleo. Y después, la elipsis más desesperante, esperando a que se aliviase la crisis provocada por el Coronavirus. Cuando el día 12 de marzo se cerraron las fronteras con Estados Unidos, nadie suponía que en septiembre continuarían cerradas y sin vistas a abrirse.
A finales de agosto, cuando las vacaciones ya habían terminado, nos sentamos a hablar del futuro. Teníamos que habernos ido a principios de abril y seguíamos atascados y bastante desesperanzados. Necesitábamos retomar el control de nuestra vida, replanear si era necesario, pero avanzar al fin y al cabo. ¿Seguíamos esperando o qué podíamos hacer? La proclama presidencial que cerraba las fronteras, prohibe viajar a Estados Unidos a ciudadanos que hayan estado los últimos 14 días en el espacio Schengen. Pero…¿y si pasábamos 14 días fuera de este área?. Parecía posible pensar que se podría hacer de esta manera.
Decidimos tomar esto como una verdadera última oportunidad y comenzamos a movernos de nuevo, con un gran objetivo en el horizonte más inmediato.
Primero, había que identificar desde qué países se podía entrar a EEUU y cuáles eran los que permitían entrar a españoles. La situación de la COVID19 había empeorado mucho en España a lo largo de agosto y estaba habiendo muchos rebrotes, por lo que muchos países que habían reabierto fronteras con España ahora las estaban cerrando a cal y canto. Y la situación era tan extrema, que las condiciones cambiaban de un día para otro. Mención aparte merecen los vuelos: no podíamos hacer escala en las zonas prohibidas, ya que eso también se consideraba estar en esos países. Con las compañías aéreas tocadas por la pandemia y reduciendo vuelos y flota, esto se convirtió en un rompecabezas.

Finalmente sólo nos quedaron dos opciones que veíamos factibles: Estambul, en Turquía y Santo Domingo, en República Dominicana. Ambos tenían exigencias bajas de viaje: sólo nos pedían llevar tests PCR. La diferencia era que uno estaba cerca de casa y el otro estaba cerca de New York. Después de mucho pensarlo, finalmente decidimos que, si nos rechazaban, era mejor que lo hicieran en la parte más corta del viaje. ¡Así que escogimos Santo Domingo!
A todo esto, nos aprobaron la mudanza para el día 3 de septiembre, y empaquetaron todo lo que nos íbamos a llevar. Nuestra meta era mudarnos en una semana. Teníamos tanto estrés y tantas preocupaciones que apenas estábamos durmiendo, despertándonos en mitad de la noche con la idea de que se nos había olvidado guardar algo. Yo llevaba ya dos semanas sin parar entre rellenar documentos, hacer cajas y limpiar y tirar cosas. Para mayor diversión, la mayoría de nuestra familia y amigos ni siquiera lo sabían, porque no queríamos preocuparles si no lo conseguíamos… Era una locura.
Finalmente, el día 7 nos hicimos las PCR, y cuando tuvimos los resultados, compramos los vuelos y el hotel de Santo Domingo. El día 10 de septiembre nos fuimos al aeropuerto con el corazón en un puño, las pruebas PCR en una mano y la visa en la otra. No nos pidieron las pruebas en ningún momento, nos montamos en el avión y aterrizamos agotados varias horas después. En inmigración tampoco nos pidieron las pruebas y, alucinando de lo fácil que había sido, nos fuimos al hotel.
Apenas salimos de ese hotel los 15 días que estuvimos. Había un toque de queda a las 19:00 horas entre diario y a las 17:00 horas en fin de semana, y el calor era demasiado agobiante como para estar fuera. Así que hicimos un par de visitas rápidas al centro y el resto lo pasamos entre la piscina y el lounge del hotel.
El 26 de septiembre nos dirigimos al aeropuerto de nuevo a coger el vuelo a New York, bastante nerviosos. En el aeropuerto nos trataron muy bien, nos pideron la documentación varias veces, lo explicamos todo (por suerte en español, otro de los motivos para ir allí), y pasamos sin demasiados problemas. Cogimos el avión y llegamos al aeropuerto JFK en New York…

Ha sido la vez que menos tiempo he pasado en el control de inmigración en Estados Unidos: el oficial de aduana parecía que tenía prisa. No hicimos cola, el oficial nos vio la documentación, nos pidió los datos y entramos. ¡Un mes de preocupación resuelto en 10 minutos!

¡Y así es como empieza nuestra aventura americana!